Una sonrisa un poco melancólica se escapó al ver ese libro
que sobrevivió a mis ventas repentinas. Como olvidar a Franz, el chico tímido
de cabello amarillo y crespo, nariz fea, que siempre enfermaba en momentos
inoportunos, pero cuando no quería ir a la escuela estaba muy saludable. Me
recordaba un poco a mí, cuando la profesora me pellizcaba o me regañaban por no
ponerme el saco del uniforme, odiaba ir al colegio, recuerdo y aún me molesta.
Las enfermedades de Franz, que buen libro, podía quedarme horas leyéndolo, lo
releí hace unos pocos años y seguía igual de fascinante, podría incluso tomarlo
ahora y sé que me encantaría aún más.
Ese fue mi primer encuentro importante con la lectura, antes
de ese leí libros infantiles con muchas
imágenes, algunos tenían al personaje en plástico y se le oprimía la barriga y sonaban, eran
muy divertidos. Sin embargo, puedo decir que aquel libro de portada roja
del niño de las enfermedades, fue la mejor elección de mis padres o no sé si
del colegio para que empezara a leer con juicio, fue amor a primeras letras.
Aprendí a leer pronto, por incentivo de mis padres, me
compraban libros que aún conservo y los encuentro muy llamativos, eran libros
de cuentos clásicos, Pinocho, Los tres cerditos, Bambi, se abrían y en cada
página se abría una imagen hacia arriba, como en tercera dimensión, me
encantaba leer, pero leía lo que yo quería no lo que tenía que leer, ese fue mi
gran problema que aún conservo, aunque de forma más tenue.
Luego de esos libros, también tuve un maravilloso encuentro
con trescientas páginas de clásicos de las caricaturas, un libro grande, gordo
y rojo. En la portada, Pedro, el de los picapiedra le leía un libro a su hija,
acompañado de Scooby- doo, Los Supersónicos y el oso Yoguí. Ese debo confesar
que logró obsesionarme hasta mis quince años o más, aún de vez en cuando lo leo
y me atrapa, como no hacerlo si estos eran mis dibujos animados favoritos, un
regalo de mi mamá para toda la vida.
Después de leer estos textos
y saltándome muchos que leí pero en este instante no recuerdo, leí El
estofado del lobo, las gallinas y el lobo un poco torpe, también lo recuerdo.
Llegó este libro a mis manos por un ejercicio que hacíamos en el colegio durante
la clase de literatura. En mi salón, éramos cuarenta y algo de niñas, todas
debíamos comprar un libro no muy largo y llamativo, el cual, para empezar
debíamos leer en una semana o dos, luego lo rotábamos y llegaba un libro nuevo
a nuestras manos, a veces aburrido, otras divertido. Leí muchos libros durante ese año, me gustaba
esa sensación de incertidumbre cada vez que llegaba un libro nuevo a mis manos,
era como la llave a un nuevo mundo.
Luego a mis 10 años, acompañada por mi papá, saque el carnet
de las bibliotecas públicas de Bogotá, y empecé a ir muy seguido a la
biblioteca Luis Angel Arango, pasaba varias horas leyendo, libros que me
recomendaba la bibliotecaria de la sección infantil, entre estos El terror de
sexto “B”, era muy divertido, aunque luego cuando llegué a sexto el escenario
era algo parecido al del libro.
El mundo de letras mágicas que me hacían caminar por calles a
las que no había ido antes sin tener que levantarme de la cama, hablar con
personas que no existían, oler, ver e imaginar.
Empecé a sacar alguna de las excusas de “Las enfermedades de
Frank” para no ir al colegio, me daba fiebre repentina, gripe y demás, para
evadir algún examen. Más tarde aprendí que no era bueno decir mentiras, porque
a mí como a “Pinocho” podría crecerme la nariz o en su defecto ser el
“Pastorcito mentiroso” y que ya no me creyera nadie.
Aprendí que los libros no se escribieron porque sí, siempre
tienen un mensaje de fondo. Siempre hay algo que aprender de cada uno de ellos,
no se requiere de un libro de gran nivel académico para obtener alguna
enseñanza, desde la lectura más básica es posible aprender algo.
Yo, por ejemplo, aprendí que no necesariamente lo más rápido
es lo mejor, tal y como sucedía con la
casa de “Los tres cerditos”, era preferible demorarse un poco más pero hacer
las cosas bien. Los libros de niños son especiales para este tipo de cosas,
tienden a susurrar lo que los padres quieren que todo niño aprenda.
Así seguí dando un paseo por el mundo de los libros,
extasiada por el olor a hojas impresas, nuevas y antiguas, llenos de dibujos,
animales, personas, que me hablaban, me tomaban de la mano y me mostraban
mundos que no conocía, que solo existían en mis libros.
Ya un poco más grande, debo admitir que no por mucho tiempo
perdí el amor por la lectura porque leía ya no por gusto sino que por
obligación, me regañaban por leer lo que me gustaba en vez de lo que me tocaba.
Me rehusé a leer esos libros que ya ni siquiera recuerdo por que no dejaron
nada en mí, se puede decir que tengo laguna mental de esos momentos en los que
por terceros mi lectura se redujo a textos escolares que no me agradaban.
Después de algún tiempo, conocí la escritura, me gustaba
escribir cuentos, historias de terror, de romance y de cosas que veía en la
calle o me contaban mis amigos, incluso historias mías. Empecé de nuevo a leer,
leí “Juventud en éxtasis”, “Ceremonias de amor”, “El penúltimo sueño” y otros
más, que me sumergían por historias de amor, romanticismo e historias algo trágicas y complejas en su
desenlace.
Al cambiar de colegio empecé a leer con más juicio, 2010 y
2011 fueron los años enque empecé a leer con mayor agrado, me obsesione un poco
con la lectura, era muy amiga de la bibliotecaria del colegio que me permitía
llevarme libros a la casa sin carnet y no me cobraba multa si me demoraba.
Luego casualmente todo empezó a tener relación con los
libros, mis amigas traían títulos nuevos, algunos los
leía completos, otros los dejaba a un lado por aburridos o por no ser lo
suficientemente creíbles como para sentirme identificada o impactada por sus
historias.
Entendí con
el tiempo que el gusto por la lectura depende en gran medida de si un montón de
líneas logran tener incidencia en tu rutina, de si efectivamente son vehículo
de escape de la realidad. Esto no era como decían, que todo dependía de los
buenos hábitos, el amor por la lectura, así cómo otros amores entraba por los
ojos, nos tomaba de la mano y besaba el
alma.
Harry
Potter también fue parte esencial en mi vida lectora y personal, lo sigue
siendo, a tal punto de declararme, no como un cliché, una fan enamorada del
chico de gafas y varita mágica.
Podría
pasar horas, incluso no dormir, leyendo las sagas de Harry Potter. Aunque esto
en ocasiones me causará problemas de distracción, de aislamiento y de visión,
porque durante este tiempo no tenía dinero para comprar los libros porque debía
comprar los que me pedían en el colegio, así no fuera a leerlos. Esto no
impidió que leyera cada uno de los libros, algunos los sacaba de la biblioteca
y el resto en versión digital.
Seguido a
esto, conocí muchos de mis libros favoritos, Opio en las nubes, Rayuela, Que
viva la música, diario de una mujer pública, que fueron como esas historias que
narraban algo de la mía.
Casualmente
durante ese tiempo en que leí varios de esos libros, empecé a tener contacto
con ese mundo que aunque intrigante, era oscuro. Conocí bares, tuve la droga
muy cerca, mi vida en ese momento era en parte descontrolada, como la de los
personajes de mis libros, tal vez por eso lograban atraparme de manera
desenfrenada.
también
pasó por mi vida un Mago, andaba sin buscarlo pero sabiendo que andaba para
encontrarlo, recorrimos juntos muchas páginas de Rayuela, era algo así como un
juego de leer para enamorar.
Han pasado
pocos años después de eso, mis lecturas han sido en su mayoría académicas, pero
muchas igual de apasionantes a las que leía antes.
¿
Algunas
definen mi postura política, otras son críticas que comparto, también hay temas
de realidad social y otras son por obligación.
Estos
libros académicos, los que me regalan, al igual que los últimos que nombre,
están en la parte consentida de mi biblioteca. Son parte de mi, de lo que soy
hoy en día, tienen huellas de amores y odios, lo que explica en gran parte
porque no los presto y también da razón de porque los cuido como uno de mis
mayores tesoros.
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