La autora Judith Butler,
mediante su teoría de la performatividad, busca visualizar como desde las
diferentes posturas LGBTIQ, la identidad de género, la orientación sexual, se expresa
una construcción social, cultural e histórica que no son naturales e inherentes
al ser humano.
En este sentido, estas
expresiones e identidades, son actos performativos, que en sí no son libertades
individuales ni únicas, sino que son muestra de
la tradición y construcción
culturales y sociales.
Ahora bien, dado que el
género y las expresiones sexuales se encuentran vinculadas a constructos de la
sociedad, implican per sé comportamientos aceptados en comunidad, de acuerdo a
las categorías e identidades que se han construido conforme al cuerpo.
La autora establece que el
género es performativo en cuento responde a fenómenos que se reproducen o
reconstruyen a medida del tiempo, por tanto no es algo con lo que se nazca de
manera natural. El género desde esta perspectiva es construido por actos,
pueden transformarse mediante cambios en estos comportamientos cotidianos.
En este sentido lo que
autora propone es desnaturalizar las concepciones del género y todas otras que
se construyan a partir de lo femenino y lo masculino como cuerpos sexuados,
dado que no permiten expresiones diferentes de género e identidad sexual. Esto
rompiendo con moldes creados culturalmente, defendiendo cualquier tipo de
identidades, incluso aquellas que no se ajustan a ningún discurso.
Por otro lado, se analiza
la redefinición del termino Queer, desde sus inicios como una palabra
peyorativa de origen inglés que fue usada hacia las expresiones sexuales
diferentes, salidas de lo normativo, como el homosexualismo, significando algo
raro. Renace como una crítica tanto a
las identidades sexuales hetero como a las homosexuales, visualiza como las
categorías gay y lesbiana, son excluyentes por cuanto son rígidas y no permiten
otras identidades matices. Sin embargo,
la autora no solo se queda en la performatividad como algo exclusivo del
género, también la raza, como la normatividad del comportamiento asociados a
ciertos grupos raciales.
Por otro lado, el autor
Pierre Bordieu, muestra como los cuerpos además de ser construcciones sociales,
son muestras de dominación, formas de definición del mundo, dividir entre lo
positivo y lo negativo, débil y fuerte, superior e inferior.
Las formas en que los
cuerpos son reconocidos a través de la historia, la vagina como falo invertido,
los cinturones del renacimiento, como símbolo de pureza y castidad, protección
de lo prohibido, las relaciones sexuales, representan en sí dominación y es
justamente por esa división entre lo masculino y lo femenino, expone un papel
del amo y el sumiso, desde el acto de la penetración, como algo que es poseído
y por tanto sujeto a poder.
Tal dominación ha sido
naturalizada, la negación de la parte femenina de los cuerpos másculinos ha
intentado ser suprimida, a partir de una virilidad construida socialmente como
alguien dominante, fuerte, rígido. Por otro lado, la mujer ha sido construida
de manera normativa en cuanto a su papel en la sociedad como esposa, madre de
familia, como un ser obediente, correcta, sumisa.
Se ha establecido una
feminidad de sumisión, como algo diminutivo, algo que ha sido enseñado y
naturalizado a través del tiempo con actos tan cotidianos, como el vestir,
hablar, mirar, caminar, pararse, sentarse, todos dirigidos a asumir una dominación
impuesta.
Ahora bien, desde
diferentes expresiones cotidianas, como la danza, se pueden observar los
conceptos anteriormente mencionados, un ejemplo de esto es el grupo Ballet
Folklórico de Veracruz Alma Jarocha, quienes dentro de sus danzas incluyen
hombres vestidos de mujeres danzantes, quienes con sus faldas, sus tacones,
maquillaje, gestos representan a la feminidad del baile.
En este caso los cuerpos se
muestran no como una forma rígida, sino como algo performativo en el sentido
que son capaces de ser transformados y no necesariamente deben ser encasillados
dentro de un género u otro. Los cuerpos mediante el baile construyen su propia
identidad, cambiante entre lo femenino y lo masculino.
Por otro lado, Anna
Sampson, fotógrafa ha realizado diferentes trabajos donde el género es un juego
más de la escenografía, es un acto de rebeldía donde muestra que el género
cualquiera que sea su expresión más allá de evitar exclusiones es limitante y
se queda corto ante la diversidad.
Este trabajo va más allá de
mostrar lo cambiante que puede llegar a ser el género y expone a cuerpos
masculinos dentro de una imagen sexualizada, objetizada, como ocurre con los
cuerpos femeninos. Anna Sampson, muestra el género como una paleta de colores
que puede usarse para retratar un paisaje, puede mezclarse, no es algo radical
que se limite a dos posiciones.
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